Balance


Hace un año exactamente que posaba mis alas sobre París. De nuevo, una aventura un nuevo país y una nueva lengua. En mi maleta, la previsión de un mes de curso de francés, una amiga del pueblo que me iba a recoger al aeropuerto y un sitio particular en el que, sin entrar en detalle, me era posible vivir.

Recién aterrizada me aventuré a escudriñar las calles del centro de París, el sol brillaba dulcemente. En mis espaldas una mochila, un diccionario y la certeza de hacerme entender. Recuerdo el olor de los cientos de libros nuevos y usados de las primeras librerías. Me sentí inspirada, conmovida y revelada ante un nuevo universo cultural. Y esto era sólo el principio. Caminando entre la belleza casi impoluta de los puentes y monumentos, tropecé, como si surgiese de la nada, con el Centro Pompidu. Me impresionó y, sin saber muy bien porqué, me gustó. Después supe que, antes del mismo, aquella plaza era un gran aparcamiento, y que todo aquello lo habían transformado por un centro cultural abierto a todos los ciudadanos, al mismo tiempo que se dejaba un espacio público de entretenimiento.

Caminé, y en mi cabeza se grabó la imagen de una pareja de ancianos que tocaban de manera incansable, a ritmos des-acompasados, y en escalas disonantes, un instrumento no muy familiar para mi persona.

Los días fueron dando lugar a las semanas y a los meses. Me negué a irme de la ciudad atrapada por los encantos de las gentes de unos y otros lados, del color de las nubes después de un día de lluvia, del ruido de las palabras no entendidas y de nuevas dimensiones antes nunca vividas.

Un año después volví a pasar por la misma plaza. Un año después, la miraba desde sus ojos internos. Me encontraba en una de las plantas de su biblioteca donde, por un número ilimitado de horas puedo utilizar un sistema de aprendizaje de lenguas, encontrar todo tipo de literatura, música y arte, al mismo tiempo que puedo leer los periodicos o ver las noticias de ayer y de hoy del mundo. Sí, me emociono con este privilegio de gratuidad en acceso y en disponibilidad. Después que me he hecho el carnet de la biblioteca, ya puedo sacar 40 libros en las 57 bibliotecas públicas de la ciudad. Como para volverse loca ¿no?.

Ayer volví a mirar la plaza y me encontré que, en todo este tiempo, la pareja de ancianos se había separado. Cada uno de ellos tocaba las mismas notas disonantes en extremos opuestos de la plaza. La gracia de la parejita de ancianitos había perdido su fuerza. Pensé en todo lo que se ha pasado en el mundo, en mi vida, pensé en este año. A pesar de todo, este año había sido suficiente para acabar con la entrañable postal de los ancianos.

Hoy, me vuelvo a mi “chambre de bonne”. Espacio de mucha historia donde por suerte me localizo en el centro de París. En la tranquilidad de este cuarto escribo después de haber pasado una más que agradable tarde entre amigos, conocidos y desconocidos en un picnic en la punta de la Isla de Saint Louis. Mi primera vez en París con gente de Couchsurfing. Ni una sola conversación desperdiciable, gente con inquietudes y motivaciones dispares y pero todos ellos encontrándose en el espejo del mundo. Música, risas, algo para compartir con un mismo espíritu.

Mañana me iré al museo de Quai Branly, haré justicia al lugar donde estoy y dejaré que otras culturas me iluminen nuevas ideas. El después de mañana llegará a su debido tiempo y mientras tanto no dejaré que los otros me estropeen el privilegio de la vida.

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